jueves, julio 26

Prossima fermata...

Ayer volví de pasar unos días en Roma con tres amigos. El lamentable estado de somnolencia y aturdimiento que me traje de allí impidió que escribiera esto antes.

Roma es una ciudad que merece la pena visitar, aunque sea comiendo y durmiendo poco. En algunas zonas no puedes cruzar dos calles sin encontrarte algo digno de ver: templos, fuentes espectaculares, iglesias, los puentes del Tíber... Mención aparte merece el Vaticano, nunca he visto nada más impresionante. También tienen un museo muy bien provisto. ¡Me encantó la parte egipcia! Me hubiese traído una figurita de Bast, pero eran tan caras...

Eso sí, hay que ser muy machote para plantarse allí un 20 de julio, con temperaturas más cerca de los 40 que de los 30 grados. Tanto, que cuando llegué a Santander, dije: "¡qué fresquito!". Y eso que hacía un sol curioso.

Descubrimos que en Italia se conduce de cualquier manera, ya que lo de respetar los pasos de cebra, que en algunas zonas están medio borrados la mayoría, es pura fantasía, incluso los semáforos en verde peligran, y nos encontramos varios accidentes en la autovía.

En Roma todo el mundo te entiende, aunque yo acabé hablando una mezcolanza de italiano, español e inglés. Hablaba en italiano cuando mi conocimiento me lo permitía, porque vaya, a mí me gusta que los guiris me hablen en mi idioma, aunque algunas cosas debieron sonar horrendas. Y si no, recurría al sufrido inglés, que siempre está ahí. En Eur, un barrio del sur de Roma donde estaba la parada del bus que nos llevaba al camping, nos encontramos el primer día a un chaval muy majo que entendía bien el español.

Que por cierto, tenemos aventuras para contar. Lo primero fue que el avión se retrasó dos horas. Bueno, vale. Lo siguiente fue averiguar cómo llegar al camping que habíamos reservado, que estaba a la distancia de dos buses y dos metros del aeropuerto. Primero había que ir de Ciampino a Anagnina, después coger un metro a Termini, luego coger el metro B hasta Eur-Fermi, y allí coger el bus 70 ó 709 hasta que viésemos el camping. Todo nos salió bien al principio y cogimos el 709, que nos dejó tirados a poco recorrido en Cristoforo Colombo, ya que el conductor, muy amable él, no estaba por la labor de llevarnos a nuestro destino. Como ya nos empezábamos a mosquear, nos pareció que el sitio donde aparecimos podía ser un camping. Pero no. Preguntamos a la gente y cada uno nos decía una cosa... la policía no tenía ni zorra... al final, reuniendo testimonios decidimos que sí que había que coger el 709. Pero estaba como un poco más lejos... eran ya las 10 de la noche por lo menos y se veía muy poco por la ventanilla. En el bus me encontré a un cubano muy majo que se dedica a dar clases de baile y nos indicó dónde parar.

Enseguida aprendimos que en Roma te puedes colar en cualquier bus, así que para qué pagar. El camping también tuvo sus problemas, aunque el alojamiento era bueno. Para empezar, habíamos reservado un bungalow de 4 y nos querían meter de 3 en 3 con otros tipos. Al final nos fuimos a dos por separado donde estábamos solos. Hubo un día que el agua "escaseaba" y se entrecortaba y otro día el aire acondicionado de mi cabina decidió dejar de funcionar un rato. Para terminar, nadie supo dónde acabó la llave del bungalow en el que estaba yo, que estoy seguro de habérsela dado, aunque con la confusión mental que llevaba encima después de dormir unas 12 horas en 4 días otra explicación tampoco sería extraña.

Como apunte decir que la comida italiana es estupenda, como es sabido, y recomiendo sobre todo los helados. Vamos, que mal no comimos. Eso sí, nadie sabe exactamente dónde está Santander, y esto puede parecer normal, pero la cosa es que tienen una idea. Pero lo siento, no está en Asturias ni en el País Vasco. La coña máxima fue el último día, que en un restaurante nos preguntaron si queríamos comunicarnos en español o en euskera... y es que claro, con carteles como el de Ryanair, donde pone "SANTANDER (BILBAO)" no lo arreglan, no...

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